Mis experiencias con el frío y los sabañones
Una dolencia que me ha atacado desde crío, y que seguro que lo va a hacer con más crudeza en la vejez, son los sabañones. Conocidos más popularmente entre mis amigos de la infancia como “dedos de morcilla”, parecido innegable desde luego, excepto por lo negro de la morcilla y lo rojo del sabañón.
Esta aflicción se caracteriza por la inflamación, el picor y, como he dicho, el enrojecimiento, y suele venir de la mano de la estación fría. Dicen también, o eso he oído, que es más común en las mujeres, maldita suerte la mía, que pertenezco al otro sexo y aún así los padezco, pero la genética es caprichosa. En mi caso particular, suelen saludarme siempre con la hinchazón del dedo corazón de la mano derecha, extendiéndose, si no me cuido a tiempo, por el resto de los dedos e incluso a la otra mano (sugiriendo así que tengo mejor circulación en una que en la otra). En teoría, se pueden presentar también sobre los pies (y hasta orejas), pero no llega hasta tanto mi mala suerte, pues a mí nunca me ha pasado, consecuencia, quizás, de que siempre uno lleva calcetines, pero no siempre lleva uno guantes. A este respecto, tengo que hacer la recomendación que considero más eficaz contra los sabañones: los guantes. En el momento en el que caí en la cuenta de que iban asociados al frío y la humedad, comencé a usar guantes con más frecuencia y noté una mejoría casi instantánea. Otros “remedios” que traté resultaron contraproducentes como el acercar las manos a una lumbre o estufa, este intercambio brusco de temperatura parecía, en algunas ocasiones, recrudecerme los sabañones. Por lo que mi único consejo al pobre o a la pobre que los padezca como yo es el agenciarse unos buenos guantes que abriguen.
Escribiendo esto sobre los guantes acabo de caer en la cuenta de una anécdota que igual no viene a cuento, pero que creo que merece la pena adjuntar aquí por lo gracioso.
Me encontraba comprando guantes hace unos meses en una tienda cuyo nombre no diré cuando me coloqué al lado de un hombre que también se hallaba en la misma tarea que yo, pero con la particularidad de que él buscaba unos guantes que permitieran el uso, a través del tejido, de pantallas táctiles; mientras que yo estaba más preocupado por la protección térmica (y por el precio). Pues bien, este buen hombre, para cerciorarse de que el guante “táctil” efectivamente funcionaba, tuvo a bien agarrar la mano del maniquí, sobre la cual estaba colocado el guante, e intentar interactuar con la pantalla de su móvil la mano del maniquí, obteniendo escasos resultados.
Por romper una lanza a favor del hombre y no pasarme de listillo, tengo que reconocer algo que yo no sabía previa su búsqueda en Google: hoy en día la mayoría de las pantallas de los móviles son capacitivas, esto viene a decir que el móvil se entera del contacto por conducción eléctrica (sí, en los dedos tenemos electrones). Si bien es cierto que, sin una mano humana de por medio, la pantalla probablemente no se entere de la pulsación; en función de como se haya fabricado el guante la pantalla de tu móvil podría desbloquearse, incluso con la mano de un maniquí.
Ande yo caliente, y ríase la gente
-Luis de Góngora.
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